Por una educación en alimentación
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Punto y como

Por una educación en alimentación


El día de ayer millones de estudiantes de educación básica regresaron a las aulas. El nuevo año escolar despierta, sin duda, expectativas que con el paso del tiempo se convierten en necesidades educativas no satisfechas de nuestros niños y adolescentes. Entre ellas, se apunta urgente en la agenda la proyección de una educación en alimentación.


Destaco que no es solamente una educación en nutrición, que muchas veces se confunde con la educación en alimentación. La educación en nutrición tradicionalmente se ha visto como la forma de hacer accesibles los conocimientos nutricios sobre la dieta correcta, las calorías, las necesidades fisiológicas del organismo, los grupos de alimentos, las propiedades nutricias de cada grupo de alimentos, las calorías y la forma de lograr el mítico equilibrio nutricional. La educación en nutrición en muchas ocasiones se vuelve, más que una educación, una moral alimentaria, regida solamente por principios biológicos. En el mejor de los casos, algunos planes y herramientas de educación en nutrición incluyen aspectos de la alimentación como la convivencia familiar y la realización de alguna actividad física, que se convierten en los puntos “obligados” a incluir, para pretender ser una estrategia políticamente correcta e inclusiva.


¿Cuál es el problema con la educación que sólo contempla a la alimentación como si fuera sinónimo exclusivo de nutrición? En primera instancia, que más que una educación, se vuelve una moral alimentaria que dicta, desde una posición donde se responsabiliza solamente al individuo de su salud, qué es lo que sí tienen y no tienen qué hacer. En segunda instancia, se observa que el tipo de educaciones que integran las informaciones dietéticas para pasarlas como informaciones con la esperanza de que esto cambie hábitos son totalmente ineficaces. Saber no significa hacer. En estudios realizados con adolescentes en Europa, se observa que mientras que los adolescentes conocen de pe a pa todas las informaciones dietéticas en sus programas y son capaces de pasar sus exámenes teóricos con buenas calificaciones, esto no se traduce en un cambio de hábitos. En primera, porque la escuela no es su único lugar de socialización, puesto que dentro de sus medios de socialización primaria también está la familia. Esto no quiere decir que si vienen de familias con problemas de alimentación, ellos están condenados de por vida. Lo que sucede es que sobre todo en estas edades, los adolescentes priorizan otras opciones a poner en práctica, puesto que la prioridad no está en la moral alimentaria, sino en las ocasiones de convivencia que les permitan sentir que pertenecen a algo.


El discurso tradicional de la nutrición se basa en una moralidad sobre los alimentos que pareciera otorgar superioridad moral al que supuestamente cuida de manera perfecta su alimentación, según principios dietéticos contradictorios. Una educación en la alimentación no sólo aboga por la parte de salud, sino que da competencias y herramientas para la vida a los alumnos. Una educación en la alimentación considera la diversidad, el patrimonio y la riqueza cultural regional y mundial; promueve iniciativas para incentivar una relación poco problemática entre la alimentación y la imagen corporal, así como entre la alimentación y el placer a través de degustaciones sensoriales, despertar de los sentidos, desarrollo de habilidades culinarias, entre muchas otras cuestiones.


Una educación alimentaria que redefina el placer que tenemos al comer, el compartir, nuestra riqueza cultural y culinaria, la apertura a otras culturas y una consciencia ecológica se inscribe plenamente en el desarrollo de competencias integrales para la vida, y por consecuencia en la salud y bienestar. La moral alimentaria no funciona. En este regreso a clases, si la escuela no lo promueve, tengamos en cuenta estos aspectos en la medida de lo posible, promoverlos en nuestros hogares.


Twitter: @Lillie_ML
Publicado en El Economista
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