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Punto y como

Lunch shaming, estigma por no tener para el almuerzo.


El mes pasado, el estado de Nuevo México en Estados Unidos fue el primero en legislar contra el lunch shaming o estigmatización de los niños que no pueden pagar 2.35 dólares en promedio por su almuerzo escolar. ¿Qué es lo que hay detrás de esta crisis? ¿En México, tenemos estigmatización a partir del refrigerio que llevan los niños a la escuela?


El sistema de cafeterías escolares en Estados Unidos es de alta complejidad, puesto que a la vez de estar subvencionado por parte del Estado, los papás de los niños de escuelas públicas tienen que hacer su aporte de dinero para que el niño pueda comer en la cafetería escolar. Hasta el día de hoy 76% de los distritos escolares está endeudado, debido a la imposibilidad de las familias por aportar la cuota de almuerzo.


Sin embargo, el problema no termina ahí: a los niños y adolescentes que deben sus cuotas, se les estigmatiza de diferentes maneras. Por ejemplo, se les niega el acceso a las charolas con comida caliente y se les da una bolsa de papel de estraza con un pan con queso. Quien en la fila de la cafetería recibe la bolsa de papel es señalado por sus compañeros. A algunos otros niños, se les pone un sello en la mano al llegar a la caja que señala que debe dinero para el almuerzo, supuestamente con el fin de recordatorio para los padres. El sello en la mano es un signo tan visible, que es como una “letra escarlata” para el resto de los compañeros. En otros casos, se les impone a los niños tareas de limpieza del plantel escolar para “pagar” por su almuerzo.


Ante diferentes voces de denuncia, sobre todo, por la carga moral, psicológica y emocional que estos hechos marcaban en la socialización de los niños, el estado de Nuevo México ha sido el primero en legislar para prohibir prácticas que estigmaticen de cualquier modo a los niños que no pueden pagar por su almuerzo. Y éstos son los contrastes de la desigualdad social mundial: siendo Estados Unidos uno de los países más ricos del mundo y, a la vez, el que tiene uno de los mayores desperdicios en comida, su sistema de almuerzos escolares marca las diferencias en almuerzo para todos.


La cuestión del estigma a la pobreza y cómo se ve reflejado en las maneras de consumo se da en todos lados. Lo que comen los niños en la escuela delimita muchos aspectos sobre quiénes son y de dónde vienen, a la vez, es el primer gran proceso de socialización secundaria (después del núcleo familiar) en donde se confrontan por primera vez con diferentes maneras de comer. Y pensémoslo así: en escuelas públicas y privadas en México se marcan estas diferencias al interior. El niño que todos los días compra en la cooperativa escolar se diferencia de los que llevan el refrigerio desde casa. Luego están los niveles: hay quienes en la cooperativa compran alguna fruta picada, alguna bebida..., pero luego están los que todos los días tienen para comprar el objeto más preciado del menú escolar, son los más potentados de su escuela.


Aquí no hemos ni hablado de las competencias entre madres perfectas para ver quién prepara el refrigerio más sano.


¿Qué alternativas podríamos encontrar en torno a esto? Algunas escuelas se han movilizado en la organización de lonches colectivos, donde un papá cada cierto tiempo prepara la comida para todos los alumnos del grupo, previo diseño de menús balanceados. El problema en torno a esto es que es una medida aplicable hasta cierto punto, a clases más favorecidas, puesto que las clases más desprotegidas tienen mayores preocupaciones en mente, que la de enviar un menú balanceado a todos los compañeros de sus hijos, además de las largas jornadas de trabajo que hacen y el desembolso económico que implica dar de comer a todo un grupo. Las desigualdades sociales, sin duda, se reflejan hasta en la forma en la que estigmatizamos lo que comemos y cómo lo comemos.


Publicado originalmente en El Economista

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