Cuando el futuro nos alcance (y la forma en que hacemos ciencia deje de confundirnos).
Sociólogos lo advertían desde hace más de 20 años: entre las contradicciones sobre los descubrimientos de nutrición, las recomendaciones y la marejada de “expertos”, las personas salimos más confundidas. Aunado a esto, algunas metodologías con las que se analiza la dieta y los efectos de los nutrimentos en el cuerpo no son infalibles.
Quienes pasamos por la educación básica, recordamos, grosso modo, el método científico. Así, nos acostumbramos a considerar científico aquello que sea cobijado por la filosofía de Descartes. Pero, ¡oh sorpresa!, sucede que algunos pensadores nos demuestran que el considerado pensamiento científico de inspiración cartesiana no es infalible, y que la forma en la que los seres humanos generamos conocimiento dista mucho de ser algo tan objetivo como lo que nos gusta creer. Esta controversia alcanza, indudablemente, lo que hasta la fecha creemos conocer sobre la nutrición, la alimentación y todos los efectos de los alimentos en el organismo.
Enfoquémonos en estudios sobre estilo de vida y alimentación. Sucede que recientemente el jefe de la División de Prevención de Enfermedades del Instituto Nacional del Cáncer, el Dr. Barrett Kramer, palabras más, palabras menos, reconoció que en realidad no se puede medir científicamente la dieta o el ejercicio. Así como lo lee, reconoció lo que en muchas instancias sociólogos de la ciencia habían advertido: los planteamientos del problema acerca de estilos de vida (que involucran dieta y actividad física), a veces, no son tan medibles como quisiéramos para calcular sus efectos.
Por ejemplo, una de las metodologías más utilizadas en los recuentos de dietas es el recordatorio de 24 horas en el que se interroga al paciente acerca de sus consumos del día anterior, o el diario de alimentos en el que se le pide registrar todo lo que consume. Evidentemente, el riesgo de sesgo es inmenso: uno quiere “quedar bien” para no ser enjuiciado. Este proceso resulta muy evidente en algunos casos, pero inconscientemente todas las personas lo hacemos en alguna medida.
Otro de los problemas es que la investigación, aunque sometida al método científico, es sometida también a intereses sociales. Podemos encontrar la misma cantidad de estudios que digan que una sustancia es “buena” y otros que digan que dicha misma sustancia “es mala”; por ejemplo, la cafeína. Generalmente en la divulgación de la ciencia, se ignoran todos los matices: ¿buena en qué condiciones de preparación? ¿La misma dosis para todo mundo? Si me tomo la taza de café con leche, ¿voy a absorber la cafeína que se supone que es buena, pero entonces será mala porque no absorbo el calcio de la leche? ¿De cuál café: soluble, de capsulita o de grano recién molido? Y aquí es donde hasta al mejor cocinero se le quema la sopa.
Está también la dificultad de que los estudios tienen que tener un inicio y un final y, a veces, para medir efectos, se necesita que estos estudios se desarrollen a lo largo de mucho tiempo en una gran cantidad de personas. El problema aquí es que en una vida existen mil variables a controlar para que estos efectos sean verdaderamente causa y consecuencia. Por eso, muchos de los estudios de estilo de vida sólo hacen una correlación o asociación, sin determinar, evidentemente, que ésa es la causa única. Ojo, esto no quiere decir que debemos menospreciar todas las recomendaciones de estilos de vida.
En un mundo tan complejo donde la realidad se nos presenta así, compleja, la forma en la que nos hacemos preguntas sobre el estilo de vida y su relación con riesgos a la salud tiene que sufrir una evolución para que puedan ser verdaderamente contestadas.
@Lilllie_ML