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Punto y como

De los bodegones 
al food porn

Ya sea en un restaurant, en un mercado o en una fonda de comida típica, el lugar es lo de menos: hemos normalizado el hecho de ver a personas fotografiar su platillo de comida antes de degustarlo. ¿De dónde proviene esta aparentemente “nueva” obsesión con capturar nuestras comidas?


El protocolo en la mesa se ha ido modificando para tolerar a personas que son capaces de subirse a una silla para capturar una mesa con platos simétricamente colocados, vajilla con algún toque interesante, y la comida dispuesta en confecciones que caen en dos categorías: en la primera, aquellos platillos tan sofisticados con ingredientes dispuestos que, más que una ensalada con aliños, parece que a veces nos encontramos frente a un remedo de pintura de Pollock. En la otra categoría tenemos a aquellas comidas que si bien se distinguen la mayoría de sus ingredientes que no han sido metamorfoseados en componentes de una obra de la plástica, son retratados de modo que es imposible que nuestras papilas gustativas no reaccionen a chorros cuando observamos, por ejemplo, un corte de carne al que le escurre el jugo que todavía asoma esas burbujas del cocimiento, una salsa que por la iluminación parece tener la perfecta consistencia de espesor o una fruta en el perfecto grado de madurez dado por el vivo color de su pulpa. Es popular en las redes sociales que estas fotos sean etiquetadas como food porn (pornografía de la comida).


Uno podría pensar que este tipo de prácticas ha sido engendrado al seno de las populares redes sociales, pero lo curioso del asunto es que tratar de capturar ese momento efímero de un platillo antes de ser devorado data de muchos siglos atrás. Un historiador del arte especializado en los retratos de comida nos podría informar acerca de los usos de esta práctica desde civilizaciones tan antiguas como la egipcia, en la que podemos rescatar en sus códices representaciones de lechugas como símbolo de la fertilidad, o en la China antigua, donde las pinturas de duraznos representaban la inmortalildad. No olvidemos los famosos bodegones, aquellas representaciones de alimentos junto a objetos utilizados en la vida cotidiana, como botellas, vasos, floreros, etc. Artistas holandeses de 1600 agregaban ostras a sus bodegones como símbolos de potencia sexual. En el siglo XIX el paradigma dominante en la medicina era la teoría de los humores. Así el equilibrio entre mojado, seco, frío y caliente también alcanzó al mundo del arte, en donde los artistas cuidaban poner alimentos que representaran estos cuatro estados. Menudo tema el retrato de la comida que no sólo es comida, sino que lleva detrás el simbolismo no sólo de lo que se comía en la época, sino de sus significados sociales. Los académicos coinciden en un rasgo común: más que representar un platillo de la vida cotidiana, los alimentos representados son una forma de retratar una comida aspiracional. ¿Le suena a que esto podría relacionarse con el food porn?


La captura de platillos no es una práctica nueva, pero sí masificada. Hoy por hoy no todos tenemos un lienzo ni habilidades para pintar pero sí una cámara que capture ese momento que no sólo simboliza comida. Nadie comparte con orgullo fotos de comidas congeladas. Si alguien captura un platillo que sale mal por sus valores estéticos visuales, es precisamente para señalar con humor esta falla. La comida que retratamos no es sólo comida: representa dónde estuvimos, con quién compartimos, el estatus social del que queremos ser o parecer, el estilo de vida que queremos reflejar (desde un foodie hasta un vigoréxico obsesionado con la comida sana, pasando por un aficionado de la cocina). El food porn y las fotos de comida que compartimos en redes son simplemente el reflejo de una máxima que siempre ha existido en la historia de la relación de la comida con el hombre: somos lo que comemos.

@Lillie_ML


Artículo publicado originalmente en El Economista


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