En alimentación, ¿qué han dejado los pasados 3 años?
El presidente Enrique Peña Nieto ha llegado a la mitad de su sexenio y en materia de alimentación el país se encuentra en una coyuntura en la que, por un lado, según dio a conocer el Coneval, la población con carencia de acceso a la alimentación a nivel nacional se incrementó entre el 2012 y el 2014, al pasar de 27.4 millones a 28 millones de mexicanos; y por el otro, somos uno de los países con mayor prevalencia de obesidad y enfermedades relacionadas con el estilo de vida, que incluye a la alimentación.
Sin duda, en países donde las diferencias sociales son abismales, las políticas sociales deberían estar encaminadas a disminuirlas. Pero en un balance de los tres años transcurridos de la administración del presidente Peña Nieto, ¿se podrán presumir grandes logros en política social y en salud?
Cuando, por ejemplo, analizamos los objetivos de la Cruzada Nacional contra el Hambre y los informes de evaluación del Coneval, entendemos que la política social en materia de alimentación es como el cuento del burro que tocó la flauta. El punto es que el diseño de la política social y, aún más, las evaluaciones de la misma, ofrecen casos dignos de ser analizados. La Cruzada se promueve como una estrategia intersectorial, más como una forma de discurso que como una verdadera coordinación de acciones entre diversos sectores. En el informe del Coneval, los resultados muestran que al comparar a las personas atendidas por la Cruzada contra las personas que no forman parte del programa pero con la misma situación precaria, el acceso a la alimentación no varía. Y aquí, como es un esfuerzo conjunto, si nadie se quiere colgar el muertito, también es una responsabilidad fallida intersectorial. Aún más cuando se lee el informe detallado, que rinde cuentas de que en un tiempo no muy lejano se tendrá que “aclarar el alcance de los objetivos de la cruzada, porque parece ser que no aplican a toda la población concernida”. Y cómo no, si una política paternalista, con dádivas, que entrega “dinero” en forma de becas a poblaciones rezagadas a cambio de que se inscriban en Oportunidades para engrosar la estadística, es seguramente la respuesta a todo el rezago y desigualdad.
Y por el otro lado de la misma moneda del paternalismo tenemos la Estrategia Nacional para la prevención y el Control del Sobrepeso, la Obesidad y el Control de la Diabetes. Analizando la estrategia, encontramos que las “grandes” acciones están más encaminadas a controlar consumos que a la verdadera promoción de una cultura de bienestar integral; todo esto basado en estudios acerca de las variaciones en el consumo de ciertos productos, de acuerdo con políticas restrictivas. En el documento, resulta conmovedor —si no es que irrisorio— leer que se pretende “incrementar el consumo diario de verduras, frutas y leguminosas, cereales de granos enteros y fibra en la dieta, aumentando su disponibilidad, accesibilidad y promoviendo su consumo” (...) con una estrategia basada básicamente en controlar etiquetas, aumentar impuestos (que dicho sea de paso, de su recaudación y su gasto directo en la promoción de la salud no sabemos nada), y controlar la publicidad. Y no es que estas acciones per se colaboren o no en la disminución de la obesidad, pero una estrategia de prevención involucra algo más que medidas que a la opinión pública resultan atrayentes del reflector y fácilmente mediatizadas. Una verdadera cultura de prevención incluiría el análisis profundo y la investigación aplicada para el verdadero diseño de políticas de alimentación específicamente diseñadas para la idiosincrasia del mexicano con el objetivo de educar y promover la buena alimentación, que es algo más que prohibiciones y etiquetados, sin paternalismos ni demagogias. Pero este tipo de acciones resultan poco mediáticas, y por lo tanto no salen en la foto... ni se dicen en el informe.
